El árbol.

Fui semilla, una áspera y diminuta a los ojos que la veían, pero tenía el potencial, quien me sembró me fue regando, abonando, poco a poco me fui agrietando; a veces apenas con chorritos y en otras casi me ahogaba al inundarse mis frágiles raíces. 


Semilla que logró brotar, poco a poco, una hoja a la vez, con esfuerzo tremendo surgiendo muñones que se convertían en ramas, capa sobre capa se reforzaba mi corteza. Crecí.


A veces contagiado de plaga, en múltiples ocasiones me asfixiaba la contaminación, sobreviví incendios, incluso me secaba en cada cambio de estación. En los momentos extremos resurgí, las capas endurecieron surgiendo así, tatuajes de experiencia.


Erguido producía mis primeras flores, estaba orgulloso, lleno de esperanza y se los dediqué a los seres polinizadores, sin embargo me secaba nuevamente, me asombraba cada que una ramas se podría. Salían tres cada vez que una caía.


Di sombra gracias al tiempo que me brindó altura, cobijé otros seres para hacer nidos, otros subían para resguardarse cada noche, pero también fui motivo de disputa para ser talado, otros podaban mis extremidades por verme frondoso, en un temblor incluso yo mismo intenté arrancar mis raíces. Por fin, al presenciar mi propio desgarre, acepté mi función plantado en esta tierra.


Después de tantas temporadas mis flores evolucionaron y brotaron también vainas, no maduraban y caían. Brotaban y surgían capullos, tan suaves que se desprendían y volaban. Brotaban y por fin surgió un fruto. Otro. Uno más. Muchos. Tantos. Me cundí. Todos fueron invitados a los banquetes de mi bien.


No siempre conocía mis temporadas y de tan variante, dejaron de visitarme por mis frutos. Mi sombra cada vez era más pequeña, mis ramas abandonaron la fuerza que les permitía sujetar. El verde se desvaneció y las hormigas se llevaban lo que quedaba. No sé cómo de pronto fui solo un solo tronco. Encorvado. Hueco. Desvariante y sin uso. 


Miré a mi alrededor y el horizonte era árido. Recordé los buenos y malos momentos que me marcaron en el gran ecosistema. Miré de nuevo, más allá de mí, y logré ver que continuaba vivo, en la semilla de mi fruto que se logró sembrar en otros terrenos. Fértiles. Frondosos. En tierra buena. Entendí el gran ciclo.



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