Luz

Luz

Por fin la llevé a una habitación de hotel, lejos de casa, de la civilización, cerca de la sabana que huele mesclando olores entre húmedo y salino. Prendí la luz del cuarto y noté que era una caja reducida, solo adornaba una mesa y una pequeña televisión, me sentí como cuando tenía 5 años y jugaba inocentemente con cartones para realizar una casa; ella no se notaba extrañada, una pequeña sonrisa dibujó su rostro, sus grandes ojos perpetraron cada rincón del lugar, como buscando algo, se veía menos nerviosa que yo y eso me extrañó.
Me senté en un rincón de la cama, dentro de mi pecho empezaba a surgir una vibración que invadía poco a poco mis extremidades, hacía fresco en el lugar pero caían gotas de sudor por mi sien, mis manos se transformaron en fuentes donde emanaban cantidades de dudas acerca de este momento incómodo, me costaba trabajo quitar la mirada a mis inquietos dedos, de momentos la veía y se notaba felina, redescubriendo cada rincón, rompiendo el silencio que había en mi mente. Intenté decirle algo, lo que sea, pero solo balbuceé en mis adentros, ella no se dio cuenta, estaba clavada en la tarea de inspeccionar el lugar, me sentí tonto.
Traté de levantarme y mi cuerpo me pesaba una tonelada, mis brazos se atoraron en una posición tal que los músculos estaban amarrados como camisa de fuerza; mis labios vibraron, no podía controlar la quijada que hacía un ligero ruido que inundó mis oídos. Sentí que mi espalda curva se congeló y mover los hombros era imposible, los dedos de los pies los engarroté y la sensación subió lenta y dolorosamente hasta llegar a la pantorrilla, era una estatua festiva a la pendejez. Entre todo ese sufrimiento una mano en la espalda me tocó, levantando el embrujo de mi cuerpo, como un bálsamo que liberó la rigidez de mi alma encarcelada. Era ella, quien me abrazó y curó todos mis males, cerré los ojos y sentí el calor de su cuerpo que erizaba cada poro de mi piel de cocodrilo.
Poco a poco me contagió su seguridad, empezó a jugar conmigo como su juguete predilecto, lamía el lóbulo de mi oreja izquierda con su lengua de fuego, sus brazos me tocaban el pecho mientras olía el suave aroma de su largo cabello, me sentí presa y ella era mi cazadora. Comenzó a apretarme, como midiendo la fuerza de mi cuerpo, su lengua bajó a mi cuello y fue el epicentro del temblor que me ocasionó, caía toda célula a su merced pero se levantaba el monumento que se moría de ganas de coronarla dentro de su templo.
Trataba de arañar con fuerza mis piernas con sus carentes uñas que reflejaban su vulnerable ansiedad de destazarlas como pasatiempo, tomó de golpe mi sexo cuya sensación fue abrupta y mortal entre el placer de la vida y el dolor de la muerte, continué su juego y no me quejé, habían más razones para disfrutar, sobre todo cuando aligeró su movimiento a suaves y rítmicas caricias de arriba abajo, gemí por unos momentos y al ser consciente callé para no mostrarme inexperto. Tomó mi camisa y la abrió con fuerza, lanzando los botones a todas direcciones, movimiento que me sorprendió de ella, una cara angelical que pensé iba a corromper y ahora resulta diosa sensual que me amordaza en sacrificio. Yo mismo me quité la camiseta en acto de rebeldía y sus delgados dedos jugaban mi espalda por momento, y por otro, arrancaban con furia arañaban; volteé hacia ella y quise ser el maestro de orquesta de nuestra canción, la besé con furia de huracán, la acaricié como deslave siniestro, la inundé con mis amplias manos queriendo abarcar todos y cada rincón de su espacio, traté de deshacer su ropa pero ella, cual dictadora, no quiso perder el poder y me desnudó; en un silencio embriagador quedé expuesto totalmente, me contempló, sus ojos me tocaban y flagelaban pero también me deseaban. Esos segundos me parecieron eternos.
Recargué su cuerpo al mío, al intentar deshojarle la ropa desviaba mis manos a su rostro, mis dedos se mojaron dentro de su boca y sus labios dieron muestra de su danza maestra, me erguí con impaciencia y me estorbaba la tela que llevaba puesta… pero ella no quería desvestirse, a cambio me proporcionaba sensaciones nuevas, atrevidas, divertidas, se centró en mí pero yo deseaba igual encargarme de ella.
Por fin la sujeté, ella ya no podía escapar, al desabotonar su primer botón ella rozó mis labios y me habló al oído. Le contesté:
-Espera.-
Me puse de pie y apagué la luz.


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